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UNA PICADURA DE BARBA AMARILLA

Nuestro programa de hoy sale de las páginas del libro de don Rafael Heliodoro Valle, “Tierras de Pan Llevar”. Como le ha pasado a La Sucia, el Cadejo o el Sipitío, poco a poco el “progreso” ha ido sacando de nuestras vidas a muchos seres terribles, unos que vivían en nuestra mente y otros que aún nos esperan agazapados en los montes, pero que tienen -lastimosamente- los días contados:
Acostumbrábamos después de cenar reunirnos en mi casa a conversar de muchas cosas de la tierra caliente. Se dio muchas veces el caso de que nuestra plática fuera interrumpida por las grandes voces de uno de los hacheros, que en su choza habrá sentido el “tis-tis” de la víbora y que afocando hace ella la lámpara de carburo, viéramos cómo estaba enfurecida, queriendo morder una vacía lata de gasolina. Cuando lográbamos que no se nos escapara, ultimándola con balas expansivas, lo único que deplorábamos era no poder quitarle la piel, pues la sangre del “barba-amarilla” es de un olor tan intenso, que produce mareos y pone ardor en la nariz y los ojos.
Tan rápido es el veneno de esa víbora que sólo sé de un hombre que se haya salvado de la mordedura. Domingo Hernández andaba una vez con su hijo, arreglando una cerca de alambre, y al tomar uno de los postes sintió un piquetazo agudo en la mano izquierda, al tropezar con una de las serpientes. Mientras se le nublaba la vista y la mano se le hinchaba horriblemente, sacó de la vaina el machete y de un tajo se la cortó, mientras con la otra encendía lumbre para meter allí el ensangrentado muñón.
Nos llevamos a Domingo a la casa de la finca y un curandero le dio a beber un brebaje hecho con polvo de cabeza de “barba-amarilla”, puesto en infusión de aguardiente de caña, y después de vestirle el brazo con cuajada sin sal ordenó que lo emborrachásemos. Domingo se salvó, no sé si por milagro o por el medicamento extraordinario; pero supe después que siempre que hay luna nueva le dan unas convulsiones horribles, hinchándosele el cuerpo, como si todavía estuviera envenenado.
Y ahora, usted también lo sabe.

 

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