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LOS ÚLTIMOS DÍAS DE JUAN RAMÓN MOLINA SEGÚN FROYLÁN TURCIOS

Creo haberme referido a nuestro máximo poeta en muchas ocasiones a través de la versión radial de La Otra Honduras. Todavía no me canso. Fue un alma atormentada, talvez un genio incomprendido, pero genio al fin. Estoy convencido de que su destino hubiera sido otro si no le hubiera tocado compartir la época dorada del no menos grande Rubén Darío. Y, de no haber sido por don Froylán Turcios, es posible que no conociéramos siquiera su obra. Y de Turcios, en sus “Memorias y apuntes de viaje”, tomamos nuestra historia de hoy:

Juan Ramón me escribía por todos los correos y en sus últimas cartas me suplicaba que fuera a verle. Con tal motivo hice en agosto de 1908 un viaje a San Salvador. Iba, además, con el propósito de obtener la libertad de los prisioneros hondureños que intentaron una revuelta contra Dávila, para lo cual obtuve una carta de Estrada Cabrera para el presidente Figueroa (barbas agrias), y que puse en sus manos el mismo día de mi llegada.
Ya he dicho en dos artículos de aquella época mis impresiones de esos postreros días pasados con mi mejor amigo. Aunque él y yo presentíamos su próximo fin, la noticia de su muerte -más dolorosa y lamentable por sus míseros detalles- que recibí dos meses después, me produjo un profundo y tenaz sufrimiento. Nunca he podido conformarme con la prematura desaparición de aquel privilegiado cerebro que, como expresé entonces, se llevó algo de mi propio ser.
Durante más de cinco lustros transcurridos desde que se hundió en la sombra, le he recordado siempre con perenne y fraternal cariño que sólo se extinguirá cuando traspase el umbral de la última puerta.
Pues bien, es gracias a esa amistad que conocemos la casi totalidad de la obra de Molina: Froylán Turcios la recopiló para nosotros en Tierras, Mares y Cielos.
Y ahora, usted también lo sabe.

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