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UN ASESINATO FRUSTRADO

Aunque nuestra historia solo recuerda un magnicidio, la verdad es que han habido varias intentonas infructuosas. Para desgracia del general Guardiola, fue su destino morir asesinado, aunque haya más de un intento posterior, por supuesto, con tiempos y actores diferentes.

Del libro de don Rafael Heliodoro Valle, Anecdotario de mi abuelo, tomamos nuestro programa de hoy:
Me parece que Calderón Ramírez refiere el episodio en uno de sus libros amenos. Con su venia voy a repetirlo a mis paisanos, para que sepan o que entendía por tolerancia aquel general que más tarde, ya Presidente, violó nuestra Constitución para salvar las Islas de la Bahía.
Después de su desavenencia con don Juan Lindo, que terminó cuando éste lo hizo poner “culatas arriba”, el General Santos Guardiola se fue al destierro. Durante su éxodo estuvo en León. Y como tenía enemigos que le conocían bien las hazañas de valor y de audacia, no era malo que se cuidara la pelleja, aunque estaba vencido. Al hospedarse en el “Mesón” de la ciudad, la dueña le manifestó que sólo podía alojarlo, mientras tanto, en uno de los aposentos que servía de habitación a otro pasajero. La timidez y el recelo con que éste veían compañero de pieza, infundía sospechas en el ánimo del señor General: sepa Dios si estaba frente a un asesino de estos que no se preocupan al abrir una barriga ilustre.
La luz de un candil alumbraba la escena; dos camastros completaban el mobiliario lujoso del aposento; los dos pasajeros se saludaron con una inclinación de cabeza. Pero lo grave del caso era que el candil estaba en poder del primero que había llegado al “Mesón” La cara de tigre de Guardiola hizo aumentar la timidez del otro, y como nuestro paisano estaba esperando que se apagara la luz para desvestirse y entrar al lecho, he aquí que los dos huéspedes se mantuvieron a la expectativa. El uno y el otro se tenían desconfianza y se dirigían miradas inquisidoras. Guardiola se metió a las sábanas, a hurtadillas puso su revólver debajo de la almohada, estuvo en guardia y empezó a roncar de mentira, no sin que se le perdiera el menor movimiento del vecino. Cuál sería la sorpresa del General cuando vio que el compañero se persignó, rezó varias oraciones y se acostó sin hacer ruido. Apagada la vela y ya todo en tranquilidad, Guardiola interrumpió el silencio:
-Amigo, ¿por qué no apagaba la luz?
-Señor, es porque yo rezo mis oraciones antes de acostarme y tenía pena de que me viera rezarlas..
-Pero amigo, yo también rezo, dijo el General católico. Encienda la luz y recemos nuestras oraciones.
Y los dos huéspedes fraternizaron a la luz titilan de un candil.
Como vemos, al menos en este caso bastó con encomendarse al Señor para espantar las malas intenciones…Y ahora, usted también lo sabe.

 

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