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ALGO MÁS SOBRE DOÑA JOSEFA LASTIRI DE MORAZÁN (2)

Recurro nuevamente al escrito “Honduras: Mujeres en su historia. Redimiendo la vida de Josefa Lastiri Lozano”, de doña Anarella Vélez, para seguir ahondando en la figura de la que fuera esposa y fiel compañera del General Francisco Morazán: 


Su nacimiento en el seno de una familia criolla, de considerables recursos económicos, los Lastiri-Lozano, explica la educación recibida por Josefita y sus hermanas: Petrona, Lucía y Dolores. Ellas también contrajeron matrimonio con figuras notables de la historia centroamericana. Petrona se casó con el Coronel Don Remigio Díaz, Héroe de la Batalla de La Trinidad; Lucía con Don José Santos del Valle, ideólogo de la Federación y ejerció interinamente la Jefatura del Estado de Honduras; y Dolores con Don Diego Vigil y Cocaña, último Vicepresidente de la República Federal. Con este entorno familiar, no es difícil imaginar a una Josefa informada de los acontecimientos históricos de ese tiempo.
La formación recibida en el seno del hogar modeló su carácter y la convirtió en una mujer de alto perfil que frecuentaba los salones de la ciudad de Tegucigalpa y Comayagua. En 1808 (Meléndez Chaverri, 1992: 224) , a los 16 años de edad, Josefita contrajo matrimonio con el acaudalado criollo, de su misma edad, Don Esteban Travieso y Rivera, nacido el 2 de septiembre de 1792. Tras la boda, los Travieso Lastiri establecieron su residencia en la ciudad de Comayagua, en donde los Travieso poseían la valiosa Hacienda Jupuara. De su primer matrimonio nacieron cuatro hijos: Ramona, Tomasa, Paulina y Esteban Travieso y Lastiri.
Don Esteban falleció en Tegucigalpa el 27 de febrero de 1825. Para entonces Josefa contaba con 32 años de edad. Heredó de Travieso un considerable patrimonio en el que figuraba la Hacienda de Jupuara o Rancho Chiquito, mencionada en el testamento de Morazán.
Convertida en una acaudalada hacendada de la jurisdicción de Lamaní, al sureste de Comayagua, la viuda, hermosa y rica, no tardó en interesar a muchos comayagüenses. Un anónimo pretendiente le dedicó el siguiente acróstico:
“A otros días más claros que el presente, 
Jamás precedió Febo luminoso 
Ostentando mejor su brillo hermoso
Sobre la rubia niebla del Oriente
En el cenit suspenso y reverente,
Fija su carro y queda silencioso, 
Admirando en tu rostro candoroso,
Las gracias y virtud más inocente,
Así, yo quedo absorto al contemplarte,
Sin que pueda mi labio confundido
Tanto afecto explicar al saludarte,
I, únicamente (al alma cielo pido),
Repita en ti la dicha con que al crearte,
Infinito brindaba complacido.”(Zúñiga Huete, 1957: 226)
Y ahora, Usted también lo sabe.

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