Como les había contado, he estado visitando de nuevo las bibliotecas de la UPN y la UNAH, para seguir buscando historias para La Otra Honduras. La gran diferencia esta vez, ha sido el novedoso aparato que me regaló mi amiga Claudia Rivera, y que le agradezco de nuevo. Como siempre, no he salido decepcionado y el siguiente relato sale de los Anales del Archivo Nacional:
De las supersticiones del pueblo de Comayagüela, la más notable se refiere al cerro o colina de Torocagua, altura situada a media legua al sudoeste de la población. Decíase que al pie había una cueva donde habitaba el Diablo, bastando un convenio o “pauto” con él para hacerse rico. Para esto, había que entrar en medio de tinieblas, donde un gran toro, de ojos de fuego, lamía a los iniciados. Después entraba el solicitante en las fauces de una gran serpiente, colocada tras el toro, y a continuación debía pararse frente a frente de un enorme sapo de oro, para poder pasar a espaciosos salones donde el Diablo concedía sus dones. A este propósito, dice una señora de esta localidad, que allí, en esos salones, se encuentra un millonario de Comayagüela demoliendo huesos humanos y arrastrando una gran cadena al pie. A pesar de esto, hay tanta escasez de dinero, que muchos vecinos de esta población se resolverían a sobrellevar mayores sufrimientos con tal de poseer el capital del “empautado” millonario.
Para algunos, la cueva de Torocagua llegaba hasta el cerro de San Cristóbal, en la jurisdicción de Danlí. La imaginación del pueblo rodea de misterio y da proporciones colosales a las grutas oscuras que aún no están exploradas. No falta quien crea que esta diabólica cueva pasa por Masaguara, sitio delicioso de la jurisdicción de Güinope. Torocagua, como otras muchas excavaciones en peña viva, encontradas en el interior del país, no es otra cosa que construcción troglodita de los primeros habitantes del país.
La creencia de que el Diablo habitaba allí, tomó mayores proporciones, cuando muerto Paulino Reyes, propietario de las inmediaciones, desapareció todo el ganado del mortual. Díjose entonces que, “empautado” con el Diablo, éste había recogido sus intereses tan luego como aquel expiró.
También se refiere que Justo Vargas, muchacho como de quince años, fue, por disposición de su madre, a buscar un caballo por el lado de La Soledad. No habiéndolo encontrado, la señora dispuso que lo sabaneara en Los Terreros, por donde precisamente se entraba a Torocagua. El mozalbete, lejos de dar con el caballo, se encontró con Juan Ramón García, al tiempo que éste salía de la cueva en completa desnudez y con una carga de plata al hombro. García se ocupaba en contar sus dineros, poniéndolos en seguida al sol porque estaban enmohecidos. Vargas huyó de aquel sitio y fue a referir a su madre cuanto había visto. Espantada la crédula señora, le prohibió que volviera a presentarse en Los Terreros.
Y ahora, usted también lo sabe.
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