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ANTES QUE SE ME OLVIDE…

Gonzalo Guerrero. El conquistador que se hizo indio

Fue capturado y esclavizado por los mayas. Pero cuando siete años después Hernán Cortés quiso liberarlo, Gonzalo Guerrero ya se había convertido en un indígena más. Su extraordinaria peripecia no pasó a los grandes libros de historia porque se lo tachó de traidor, pero una película recupera ahora a uno de los personajes más apasionantes que dejó la conquista de América.


Estatua de Gonzalo Guerrero, en el Yucatán. (Ilustración: Héctor Osvaldo Pérez).
La batalla había acabado. Los hombres del adelantado Pedro del Alvarado avanzaron sin atreverse a bajar sus armas. La selva estaba sumida en un silencio sobrecogedor. Olía a humedad, a pólvora y a sangre. Los cadáveres mutilados salpicaban el suelo. Soldados blindados con corazas herrumbrosas, espadas y arcabuces yacían junto a guerreros mayas de piel morena, pinturas bélicas y armas menos sofisticadas pero igualmente efectivas. La batalla había sido atroz y los españoles supervivientes se reagrupaban junto al cadáver de uno de los vencidos. Por su aspecto, aquel hombre debía ocupar uno de los más altos rangos en el ejército maya. Pero algo desconcertaba a los españoles. Aquel maya caído, a pesar de presentar nariz y orejas perforadas, pese a sus pinturas y tatuajes de guerra, mostraba una poblada barba.
Aquel guerrero caído no era maya. Solo podía tratarse de una leyenda viva, del español que se había hecho maya, del andaluz que había renegado de su país, había formado una familia con los enemigos de España y luchaba contra la que había sido su patria. Ese hombre caído por un ballestazo y rematado por un disparo de arcabuz no podía ser otro que Gonzalo Guerrero. Corría el año 1512 cuando un bote arribó a las playas de la península de Yucatán con diez personas a bordo. Aquella costa aún no se conocía en Europa y los recién llegados, víctimas de un naufragio, saltaron a la playa en un estado cercano al agotamiento y la inanición. Para su sorpresa, aquella tierra desconocida estaba poblada. Un grupo de guerreros mayas les salió al paso. El encuentro derivó en una breve lucha en la que el capitán Valdivia, al mando del navío hundido, perdió la vida junto con algunos de los náufragos. Los mayas capturaron al resto y los esclavizaron. De aquel cautiverio de años solo sobrevivirían Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. La dureza de los trabajos y las enfermedades tropicales acabaron con el resto.

Entre los dos supervivientes había una diferencia fundamental que iba a marcar el destino de cada uno de ellos. Aguilar siempre estuvo suspirando por volver a España. Los mayas le parecían salvajes y era impermeable a su cultura. Gonzalo Guerrero, por el contrario, fue capaz de abrirse a una nueva civilización, a una gente diferente, a un pueblo que, aunque distinto, tenía grandes valores. Cuando Hernán Cortés recaló, siete años después, en la isla de Cozumel, frente a las costas mayas, se enteró de que había dos españoles prisioneros de los indígenas. Cortés mandó a buscarlos ofreciendo un rescate por ellos. Solo Aguilar acudió a su llamada. Guerrero se había adaptado a su nuevo mundo, se había hecho valer y había conseguido la libertad. Y no solo era ya un hombre libre. Enamorado de la hija de un jefe maya, Guerrero se había casado y había tenido hijos; los primeros mestizos entre dos mundos. Cortés recibió su negativa como una intolerable traición.

A partir de ese momento Gonzalo Guerrero fue considerado un traidor, un hereje y un apátrida. Cuando posteriormente los españoles intentaron conquistar la tierra de los mayas, Guerrero instruyó a estos en las técnicas de batalla necesarias para contrarrestar los ataques españoles. Por primera vez, los conquistadores se enfrentaban a gentes que no temían a los caballos, que hacían empalizadas y fuertes en los lugares de paso, que no temían el sonido de los disparos y que habían adaptado sus armas para las nuevas situaciones de guerra. Los cronistas de la época, que escribieron mucho después sobre el enigmático personaje, siguieron los intereses y las indicaciones de quienes los pagaban. Y para algunos la figura del Guerrero traidor les venía como anillo al dedo. «La presencia de un personaje como Guerrero pudo contribuir muy bien a explicar el gran fracaso de Francisco de Montejo en la conquista de Yucatán» explica Salvador Campos Jara, el mayor experto en Gonzalo Guerrero.

Gonzalo aparecía ahí como alguien que había explicado a los mayas que los españoles no eran seres inmortales, que las técnicas de guerra, el fuego, la pólvora… no eran el trueno en poder del Dios. De repente ese personaje podía justificar la nueva situación bélica de la conquista, y la gran ruina que tuvo Montejo en aquellas guerras». Mientras en México se lo considera el padre del mestizaje, aquí Gonzalo Guerrero es casi un desconocido. ¿Por qué? «Primero -explica Campos-, porque está casado con una indígena con la que tiene hijos… y aquello era un pecado imperdonable, expresamente prohibido por las Ordenanzas Reales; segundo, porque tiene perforadas las orejas y la nariz, sajada la lengua y el cuerpo tatuado, lo cual indicaba un abandono del camino de la fe; y tercero, por traidor: se había involucrado en la resistencia de los indígenas. Naturalmente quien ponía un interés particular, el amor, a un interés colectivo, la guerra, era inmediatamente demonizado y convertido en traidor, hereje y apátrida». De ahí el castigo y el injusto olvido.

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