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Reformas Borbónicas

Las Reformas borbónicas fueron los cambios introducidos a partir del siglo XVIII (desde Felipe V y especialmente Carlos III) por la Corona española, en lo referente a la forma de administrar sus amplias posesiones en América, con el claro objetivo de retomar el poder, de manera particular, en el territorio de Nueva España.

Estas reformas de la dinastía borbónica tiene su base en la Ilustración. Dichas reformas se fueron aplicando dentro del margen del gobierno ilustrado, bajo todo el poder de un monarca absoluto. Entre 1760 y 1808 se fueron implementado cambios en materia fiscal, en la producción de bienes, en el ámbito del comercio y en cuestiones militares. Estos cambios, de alguna manera también se reflejaron en un mejoramiento, aunque mínimo, de la condición del indígena, a la vez, que una cierta merma de los privilegios de los peninsulares. Todo ello se vio reflejado en un crecimiento económico de la Colonia. Se denomina así al conjunto de grandes cambios económicos, políticos y administrativos que impulsaron los reyes borbones de España, durante el siglo XVIII, para la metrópoli y sus colonias.

Estas reformas fueron iniciadas por Felipe V (1700-1746), continuadas por Fernando VI (1746-1759) y desarrolladas principalmente por Carlos III (1759-1788). Los objetivos fueron, básicamente, recuperar la hegemonia comercial y militar de España, y explotar y defender mejor los ingentes recursos coloniales.

Las Reformas Borbónicas y las colonias en América

El fuerte incremento de la población colonial durante el siglo XVII creó nuevas necesidades y problemas que los monarcas habsburgos no pudieron resolver. La lentitud y la corrupción administrativa caracterizaban la administración colonial. Las potencias rivales, Inglaterra y Portugal, se expandían impunemente e inundaban Sudamérica con mercancías de contrabando. A todo esto hay que añadir el excesivo poder que habían adquirido la aristocracia criolla y el clero, quienes se atrevían a desafiar las disposiciones reales que llegaban al Virreinato del Perú.

Los reyes borbones, principalmente Felipe V y Carlos III, emprendieron la colosal tarea de renovar la vieja estructural colonial que habían dejado los habsburgos. Apoyados por ministros y asesores ilustrados llevaron adelante las famosas Reformas Borbónicas.

Los borbones implementaron nuevas unidades administrativas en América. Crearon virreinatos, como Nueva Granada y Río de la Plata; capitanías, como Venezuela y Chile; y comandancias como Maynas. En 1784 se suprimieron los corregimientos y se implantó el sistema de intendencias, buscando mayor eficiencia en los gobiernos locales. De esta manera se consiguió mejorar la explotación de las riquezas coloniales y la recaudación tributaria.

Los borbones hicieron grandes esfuerzos por contrarrestar la hegemonía comercial y marítima de potencias rivales como Inglaterra y Holanda, prósperos países impulsados por la Primera Revolución Industrial. El proyecto borbón contempló la renovación del sistema mercantil para que sus colonias sean proveedoras eficientes de materias primas y consumidoras de las manufacturas españolas. La Corona apoyó a la burguesía penínsular favoreciendo la industria y protegiendo sus mercados. En este contexto se fue liberalizando el comercio entre los puertos españoles y americanos, lo que se consagró cuando Carlos III dio el decreto de Libre Comercio en 1778.

Esta política debía complementarse combatiendo el contrabando y mejorando la recaudación fiscal a favor de la metrópoli española. Esto provocó fuertes tensiones y guerras principalmente contra los poderosos ingleses y lusitanos.

Los conflictos contra los contrabandistas y corsarios británicos, holandeses y portugueses hizo necesario un mayor presupuesto para la armada, el ejército y las milicias. También se construyeron poderosas fortalezas y murallas para defender los principales puertos y ciudades de las colonias. El más importante ejemplo fue la construcción de los castillos del Real Felipe en el Callao.

El reformismo borbónico privilegió a los españoles europeos, “los chapetones”, en el acceso a los principales puestos de confianza en el aparato burocrático. Esto fue un duro golpe para la aristocracia criolla, pero el despotismo de los borbones reprimió duramente todo intento de resistencia.

Una de los instituciones afectadas por el despotismo ilustrado español fue la Iglesia Católica. La Corona pretendió afirmar el poder secular sobre el religioso. Esto incluía la restricción de los privilegios y exoneraciones fiscales que gozaban las ordenes católicas. Fueron los jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones, es por ello que fueron expulsados de España y sus colonias en 1767.

ANTES DE SEGUIR con el hilo de la historia de la gobernación de Sinaloa y Sonora es necesario referirnos, aunque sea brevemente, a los acontecimientos que sacudieron al imperio español entre 1767 y 1821, que tuvieron una relación muy estrecha con lo que sucedió en la metrópoli. La sociedad del noroeste ya estaba integrada al imperio español, y lo que ocurría en el imperio afectaba a nuestra región.

Desde el siglo XVI, la casa reinante en España era de la familia Habsburgo, de origen austriaco, pero en 1700 falleció el último rey de la dinastía, Carlos II, sin dejar descendencia directa. Después de no pocos conflictos, la sucesión recayó en el príncipe francés Felipe de Anjou, sobrino nieto del difunto rey, quien asumió el trono de España con el nombre de Felipe V e inició una nueva dinastía, la de los Borbón, por el apellido de la familia a la que pertenecía, y que era la misma que reinaba en Francia. Los reyes de la casa de Borbón comenzaron una profunda reforma en España porque consideraban que el país estaba muy atrasado en comparación con los demás países europeos. Efectivamente, los cambios modernizadores que transformaban a Europa no habían tenido cabida en España, y en el siglo XVIII estaba en desventaja económica y tecnológica respecto del mundo occidental. Cuando las reformas borbónicas quedaron consolidadas en la península ibérica, los monarcas decidieron extenderlas también a las colonias del imperio, lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo XVIII por iniciativa del rey Carlos III quien gobernó el imperio español de 1759 a 1788. En este capítulo nos ocuparemos de las reformas borbónicas que afectaron a la Nueva España, y en especial de las consecuencias que tuvieron en las provincias del noroeste.

Las reformas aplicadas en la Nueva España y en otras colonias del imperio tenían por principal objetivo recuperar para la corona el poder que los reyes de la familia Habsburgo habían ido delegando en algunas corporaciones de las colonias, como la iglesia católica y los consulados de comerciantes, así como al menos moderar la creciente corrupción de todas las esferas del gobierno. Ejercer el poder sin la interferencia de estas corporaciones también significaba canalizar hacia la corona los beneficios económicos que éstas acaparaban. La batalla fue muy reñida porque se afectaron muchos y muy fuertes intereses creados desde tiempo atrás.

Para ejemplificar la situación que Carlos III quería reformar, examinemos lo que ocurría en el noroeste novohispano, según lo hemos descrito. Las funciones de gobierno que debían ejercer el gobernador y los alcaldes mayores estaban orientadas a proteger intereses que no eran los del rey. Así, los alcaldes mayores, que al mismo tiempo eran mercaderes, estaban muy comprometidos con los comerciantes almaceneros de la ciudad de México, de modo que dichos alcaldes anteponían los intereses de los almaceneros —que también coincidían con sus propios intereses— al provecho del rey y de sus súbditos. Con su fuerza política, la Compañía de Jesús intervenía en los asuntos de gobierno y en defensa de sus propias ventajas. La riqueza producida en el noroeste beneficiaba a los comerciantes, a los locales, pero sobre todo a los almaceneros, y la Compañía de Jesús se llevaba también una buena porción. La Real Hacienda era la menos beneficiada por las riquezas del noroeste, pues sólo recibía lo recaudado en impuestos. Para el gobierno imperial, pues, era muy conveniente eliminar a quienes interferían en los asuntos de gobierno y se llevaban la mayor parte de los rendimientos económicos.

Para llevar a cabo las reformas en la Nueva España, Carlos III envió a un funcionario de la más alta burocracia de la corte de Madrid, José Bernardo de Gálvez Gallardo, con el nombramiento de visitador general del reino de la Nueva España y con atribuciones superiores a la autoridad del virrey. Desembarcó en Veracruz el 18 de julio de 1765 y allí mismo empezó a ejercer sus funciones interviniendo en todos los asuntos, lo mismo militares que de gobierno, fiscales, de comercio e incluso mineros. El virrey en funciones, el marqués de Cruillas, no aceptó la injerencia del visitador, pero el rey respaldó la autoridad de Gálvez y el virrey tuvo que someterse. Al año siguiente, el marqués de Cruillas fue remplazado por el nuevo virrey Carlos Francisco, marqués de Croix, un enérgico militar cuya virtud era la adhesión sin reservas a su rey Carlos III. El marqués de Croix fue el mejor colaborador de José de Gálvez en la difícil tarea de reformar la Nueva España.

En general, las profundas reformas impuestas en las provincias del noroeste afectaron a la iglesia católica, a la organización política y militar, a la economía y al fisco. Empezaremos por la expulsión de los jesuitas, porque fue la primera manifestación del reformismo borbónico en el noroeste novohispano.

Fuente: http://www.historiadehonduras.hn

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